viernes, 12 de diciembre de 2008

Abismos de diferencia


Cuando era pequeña, no existían los teléfonos de botones, mucho menos los inalámbricos.

Los números se "discaban" porque el mecanismo de los aparatos estaba constituido por un disco de plástico que daba vueltas, con unos agujeritos dónde metías los dedos y un tope de metal en la parte inferior derecha. Me fascinaba el sonido que este círculo producía. Si discabas el tres, esperabas tik-tik-tik hasta que el disco regresaba. Discabas un seis: tik-tik-tik-tik-tik-tik-tik. Y si discabas el cero era lo mejor: tik-tik-tik-tik-tik-tik-tik-tik-tik-tik, hasta que el disco volvía a su posición original.

Mi abuela fue la más feliz cuando una tía le trajo de Estados Unidos un teléfono con números en unas grandes teclas, ya que sus dedos regordetes nunca cabían en los agujeros del aparato convencional, y se la pasaba llamando a casas de desconocidos. Y obviamente los desconocidos eran los culpables por no pasarle a la persona con quien ella quería hablar. En fin. Todavía no me he convertido en mi abuela, pero estoy segura que voy directo hacia allá, muy a mi pesar, a pasos agigantados.
Hay un adolescente en el parque con el que me encanta conversar. Es idéntico al sobrino de la serie de Sony "Ugly Betty". Siempre está bien fajado, con sus pantalones beige planchados con la raya en medio, con sus suetercitos Tommy Hilfiger de todos los colores. Es muy simpático, y por un breve instante pensé que hablaba tanto conmigo porque yo le gustaba. Error garrafal de percepción. Cuando vi la manera en que se le iluminaron los ojos cuando vio a mi marido, lo comprendí todo. Me encantaría ahorrarle tiempo, dinero y esfuerzo con psicólogas y psiquiatras; y decirle: No hay nada extraño en ti, simplemente eres gay. Pero bueno, supongo que hay cosas que tienes que descubrir por ti mismo.
En días pasado me dio mucho gusto ver que no estaba con su mamá, como siempre, sino con un grupo de amigos. En cuanto me vio, corrió a saludarme. Los otros chicos también se acercaron. Mi perro se asustó al escuchar la música que venía del celular de uno de los adolescentes. Al dueño del teléfono le hizo gracia, y le lanzó el celular al césped, para que Puno, mi perro, fuera por él. Yo corrí tras el teléfono antes de que mi perro lo destrozara. Era un celular de esos súper modernos, con muchísimas funciones. Yo nunca he sido amante de los celulares, pero estaba segura de que ese aparato costaba mucho dinero. Mientras corría, él chico me dijo: No importa, deja que lo muerda. Me paré en seco. No entendía nada. Dejé que Puno tomara el celular con su hocico y comenzara a morderlo. La música seguía saliendo de teléfono. Todos los chicos reían, uno de ellos le quitó el celular a mi perro y lo volvió a lanzar con fuerza. Puno corrió tras el aparato. Yo no podía creer lo que estaba pasando. Viniendo de una familia dónde los controles de la televisión están eternamente envueltos en plástico para que no se arruinaran, dónde se aprovecha hasta la última gota de pasta de dientes y se racionaliza el número de veces que abres el refrigerador; esto de lanzarle un aparato costoso a un perro para que lo rompiera no tenía ningún sentido. Uno de los chicos viendo mi cara de asombro, me dijo: No te preocupes, a él le sobra la plata.
Me quedé observando a mi perro morder las teclas del teléfono, pero algo no estaba bien. Me disculpé diciendo que tenía que ver a alguien en el otro lado del malecón. Le puse la correa a mi perro y me despedí. Cuando me alejaba, el chico que conocía, me preguntó si es que iba a venir mi marido. Le respondí que no, y miré una expresión de decepción dibujada en su rostro.
Le lancé la pelota a Puno mientras observaba el mar. Eli, una empleada, llegó a conversar. Me contó que había tenido que pagar sesenta soles a un veterinario, porque el perro de la casa donde trabaja, se lastimó jugando con otro perro, y la patrona le había dicho que había sido su culpa por no cuidarlo bien. Estaba muy triste porque no podría enviar ese dinero a su hijo, que vive en la sierra.
Sesenta soles son apróximadamente veinte dólares. Para algunos, esa cantidad marca una gran diferencia. Para otros, es lo mismo lanzar veinte, cincuenta, o mil dólares al césped para que un perro los destroce. Así es Lima. Así es Latinoamérica.




jueves, 11 de diciembre de 2008

Una mañana cualquiera


Camino medio dormida. Apenas son las siete y media y Puno da vueltas sobre su propio eje buscando el lugar preciso dónde echarse un "cake". La correa se le enreda entre las patas. Hace un tremendo pastel de chocolate, lo recojo dentro de una bolsa y busco el bote de basura más cercano. La ciudad todavía luce su neblina habitual, pero la humedad hace que la sudadera se me pegue a los brazos, indicándome que por fin se ha terminado el invierno, y que el verano está a la vuelta de la esquina.

Pero miro a la esquina y no es el verano lo que encuentro.

Lo que observo es un grupo de personas cuyo movimiento me hace recordar un enjambre de abejas. Continúo caminando hacia el parque. También mi perro está desconcertado. De pronto el grupo se detiene unos minutos, para acto seguido, salir disparados en todas direcciones, en grupos de dos. Me voy acercando y puedo ver mejor. Las mujeres llevan faldas hasta el tobillo y blusas de manga larga. Los hombres visten camisas muy bien planchadas y fajadas dentro del pantalón. Todos llevan libros en la mano. Es un panorama extraño para las siete y media de la mañana. Puno y yo estamos intrigados. Una pareja se dirige hacia el parque. Decidimos seguirlos. Diversas personas haciendo ejercicio pasan a su lado, pero ellos parecen ignorarlas. Un hombre de traje, el cual lleva un café de Starbucks en la mano, los mira detenidamente. Ellos pasan de largo. Por fin, parece que han encontrado una persona que llama su atención. Aprietan el paso y se dirigen al wachimán del parque. Puno se empeña en oler todo a su paso, por lo que pierdo unos minutos muy valiosos. Ahora está haciendo pipí. Que momento tan oportuno ha elegido. Observo la escena desde lejos. Los dos hombres hablan con el wachimán y le muestran imágenes del libro. Jalo a Puno como puedo, él va dejando unas gotitas amarillas tras de sí. Ya podrá terminar de hacer en el parque. Por fin llego. Le quito la correa y sale despavorido a orinar tranquilamente sobre unas plantas. Yo hago como que lo observo e incluso le silbo algunas veces mientras me acerco lo suficiente para ver de que están hablando.

Escucho pecado, Biblia, perdición del mundo actual, y algo sobre el infierno. El wachimán los mira con cara de susto. En ese momento, una señora vestida con ropa deportiva, pasa por ahí. Alcanza a escuchar algo de lo que están predicando y se detiene. "Les tengo una encuesta" les dice de manera directa. Los dos hombrecillos morenos la miran, desconcertados. "¿Ustedes saben que se celebra hoy? " Ellos no contestan nada. "Hoy hace 60 años se aprobó la Declaración Universal de los Derechos Humanos. ¿Por qué mejor no hablan sobre eso?" Uno de los hombres mejora su postura, se aclara la garganta y como si estuviera orgulloso de tener la respuesta correcta, se dirige a la señora "Ese es trabajo del gobierno, de los políticos" La señora suspira. "De eso deben hablar las religiones, de la no discriminación, de la igualdad, de la dignidad humana ¿O ustedes que piensan?"

Para ese momento yo ya estoy prácticamente al lado, observando la escena muy de cerca. Los dos hombrecillos se miran entre sí. A ellos no les dijeron que tenían que razonar. No les advirtieron que tendrían que pensar, o que quizás alguien les pediría su opinión. A ellos los aleccionaron para que dijeran un discurso cerrado, dónde se tiene que seguir al pie de la letra lo que dice la Biblia. La Señora los mira, les sonríe y continúa su camino. La pareja pasa saliva. Fijan la vista de nuevo en sus libros, y siguen con el discurso, como si nada hubiera pasado.

Puno ya está del otro lado del parque. Tengo que correr para alcanzarlo. Está jugando con un jack russel y otra pareja de lavadores de cerebros acosa a la empleada que pasea al perro. Miro a mi alrededor. Están por todos lados. Una pareja habla con el mensajero de la motocicleta, otros con el jardinero. ¡Por favor, quiero que vengan a darme el discurso a mí! Me encanta llevarles la contraria y hacerlos dudar. Pero ninguno se me acerca. Me muevo por todo el jardín jugando con mi perro, pero parece que mi perfil no les atrae...

De regreso, observo como una pareja de gringos se pelea en una esquina. La chica comienza a llorar y se da la media vuelta. El la mira como se aleja, y se cruza a comprar un cigarro suelto. Estoy segura que irá tras ella. Espero en el alto. Se que antes de que cuente hasta diez él correrá a buscarla. Uno, dos, tres, cuatro, cinco. Se los dije. El chico comienza a caminar de manera apurada. En la casa, Puno desayuna y después se duerme mientras escribo este blog. Cuando salgo al banco, me vuelvo a encontrar con la pareja, quien ahora se besa amorosamente.

Así es una mañana típica para mí en Lima.


miércoles, 10 de diciembre de 2008

Mitos


Hace algunos meses, en la ciudad de Guadalajara, mi pareja y yo tuvimos un encuentro de lo más extraño. Nos presentaron un sacerdote. El hombre era moreno, de mediana edad, no había nada particular en él. De pronto, se puso de pie, abrazó a mi pareja y le dijo : ¿Tú eres el misionero? Whaaaaaaaaaaaaaaaaat? ¿ El qué? Yo no sabía si reírme, o llorar. Parecía que todo este tiempo había estado casada con San Pablo y no me había dado cuenta. Aunque pensándolo bien, debe ser excitante. Hacer pecar a un santo ¿no? Yo estaba inmersa en esas fantasías cuando me di cuenta de que mi pareja estaba visiblemente incómoda. De la manera más amable, le dijo que él no era misionero, que era Médico y se dedicaba a la Cooperación.

El padrecito parecía no escuchar nada y le soltó un discurso de lo buena persona que era, y que debería haber más gente como él en el mundo, que ayudarán a prójimo sin esperar nada a cambio. Como pudimos, nos disculpamos alegando un compromiso, y escapamos de allí.

A la gente le cuesta entender que la Cooperación es un trabajo como cualquier otro. Es una opción de vida como lo puede ser poner tu propio consultorio, abrir un restaurante de mariscos o ser comentarista deportivo. No son santos, ni viven del aire que respiran. Son personas como cualquier otra, que necesitan ganar un sueldo, que visten y calzan y comen, y si, también cagan, aunque la gente quiera ver a las heces de los cooperantes como"buenas obras". En fin.

Se critica mucho a la empresa privada. Se tiene a la imagen del empresario como un ente maligno que explota a sus trabajadores para que se queden pobres y él siempre tener más y más.
Yo no tengo esa visión. Me han tratado mucho mejor en una agencia de publicidad que en una Ong. Y sé que es malo generalizar, de hecho odio hacerlo, pero cuando ves que el hermano marista que dirige la asociación civil donde trabajas, le niega el contrato a tu amiga porque está embarazada, y no están dispuestos a pagarle la incapacidad; o cuando el otro sacerdote, ya no sabes de cual marca, les dice que no hay dinero para los sueldos, y sin embargo gasta millonadas en comprar dos toneladas de mierda (literalmente compró dos toneladas de composta) "para hacer un negocio"; o cuando los compañeros de la fundación te critican porque recibes un sueldo, cuando ellos hicieron ese mismo trabajo durante años, sin recibir un centavo, es que te preguntas si realmente la empresa privada es tan despiadada como decían.

Porque hablando de los trabajos gratis...
En eso son expertos. Con el pretexto de que nunca hay dinero, intentan conseguir cualquier servicio sin que les cueste. Y ellos si te explotan. Y no sólo eso, sino que te hacen sentir culpable por el hecho de querer recibir una retribución justa por tus horas de trabajo. A mí me llegaron a decir que había un déficit en mi proyecto. Revisando las cuentas, me di cuenta de que ese "déficit" era mi sueldo. Es increíble darte cuenta como es que quieren un trabajo bien hecho, sin querer desembolsar un centavo. Y es por eso que terminan contratando jóvenes recién egresados de la preparatoria, para que se hagan cargo de escuelas enteras. Y lo único que pasa es que esos proyectos se siguen perpetuando, ya que los chicos que llegan piensan que ayudar es disfrazarse de artesanía y limpiarle los mocos a los niños.
Porque en el fondo, lo que esas organizaciones quieren, es que los proyectos no crezcan. Si la situación de los indígenas mejora, se les acaba la chamba.

Y esas son las asociaciones religiosas. Uno pensaría que el sector laico es diferente. Es lamentable darnos cuenta de que no es así, y que se le niegan presupuestos enteros a regiones, simplemente porque no están de acuerdo con la visión política del alcalde; o que el dinero que supuestamente tendría que ir para toda la población vulnerable, se queda en cierta minoría, porque alguien es líder dentro de esta.

No quiero generalizar. Odio generalizar. Es verdad que existen organizaciones internacionales, nacionales, regionales y locales, que no son así. Y que dentro de las asociaciones religiosas, también hay personas valiosas, con una visión de cambio. Lamentablemente no son la mayoría.

Pero está en nosotros exigir que se valore nuestro trabajo, y exigir que realicen su labor de una manera profesional.

No más trabajos sin retribución. Me lo repetí a mi misma por la mañana, frente al mar de Lima.
Cuando regalas tu trabajo, corres el riesgo de que no lo valoren. Y yo valgo mucho, muchísimo.

martes, 9 de diciembre de 2008

Despertar


Mi mamá y yo solíamos ver muchas películas juntas.
Nuestra escala para calificar una cinta como buena, consistía en contar el número de pañuelos desechables que habíamos usado. Desde nuestro muy particular punto de vista, entre más "klenex" teníamos a nuestro alrededor una vez terminado el film, mejor había sido la película.

Una de esas historias fue "Awakenings", protagonizada por Robert de Niro y Robin Williams. En ella, se narra la historia de un Doctor que descubre los beneficios de una nueva droga, sobre un grupo de pacientes catatónicos, víctimas de una epidemia de encefalitis letárgica. Estas personas despiertan después de décadas de haber estado inmovilizados, enfrentándose a un nuevo mundo por descubrir. Para ese momento el moco ya nos resbalaba hasta la barbilla, y para el desenlace, cuando las personas regresan misteriosamente a su estado letárgico, nuestros berridos podían escucharse hasta la casa de los vecinos. Poníamos Eject en la vieja videocasetera y suspirábamos.
Que buena película.

Mis gustos cinematográficos han cambiado a través de los años, pero no puedo evitar preguntarme ¿qué tipo de droga necesitamos en México para despertar?

El día de hoy leo en los titulares acerca de los disturbios en Grecia. Una de las frases del diario El País me sorprende: "La falta de expectativas laborales y el hartazgo por los escándalos políticos han alimentado la revuelta" Reflexiono. Ese ha sido el panorama habitual de mi país durante años. Y sin embargo, seguimos tan apáticos como siempre. En Europa, una de las cosas que más me sorprendió, fue la gran cantidad de gente de todas las clases sociales que asiste a las manifestaciones. No sólo hay jóvenes, sino también señoras como mi mamá, como mis tías, padres de familia con sus hijos, todos marchando por una causa social que consideran justa.

En México no. En México, quien asiste a una manifestación es considerado "un cholo", "un naco", "un acarreado" Todos estamos tan ensimismados en nuestro propio mundo, que solamente consideramos los inconvenientes que nos producen las personas que ejercen su derecho a manifestarse. ¡Que se pongan a trabajar! , es una frase que se escucha de manera común.

A las manifestaciones solamente asisten jóvenes, a los que los demás se refieren como "revoltosos". Y nosotros nos quejamos porque ese grupo de desquehacerados nos nos dejó llegar al trabajo a tiempo, o nos hizo perder la cita con algún cliente; o peor aún, nos hizo llegar tarde al gimnasio. En fin. Creo que nunca nos ponemos a pensar en la causa de la manifestación, y siempre tendemos a verlos como algo externo a nosotros, como si viviéramos en países diferentes. ¿Qué se necesita para ver más allá de nuestra propia comodidad? Como las cosas no nos tocan de manera cercana, hacemos como que no existen.

La cifra de asesinatos relacionados con el narcotráfico, se ha elevado a 5,400 en lo que va del año.

Cuando nos dicen esas cifras, nuestra expresión es de total indiferencia. " Está bien, que los narcos se maten entre ellos" "Ellos no se meten con la sociedad "Tijuana no es México"

Esos son el tipo de comentarios que he obtenido de compatriotas cuando quiero saber más del tema.

Así que, seguimos viviendo en nuestra burbuja, como si nada se relacionara directamente con nuestra realidad. Llevamos una existencia catatónica.

¿Qué necesitamos para salir de esta? ¿Un golpe de estado? ¿Una dictadura? No lo sé. Pero creo que cuando despertemos, será a una realidad mucho más dura que esta, dónde la violencia por fin nos haya tocado de manera cercana, y sé que entonces, por fin nos preguntaremos ¿Pero cómo es posible que hayamos llegado a esto?

Mi única esperanza es que, a diferencia de la película de Penny Marshal, el despertar no sea solamente temporal, y el de nosotros si dure para siempre.

viernes, 5 de diciembre de 2008

El tren de la vida


Bueno, y como en este 2008 todo son celebraciones por los 80 años de Carlos Fuentes, pues yo no me podía quedar atrás. Rescato un fragmento de su novela Los años con Laura Díaz.

"No era posible tener el arte y la vida al mismo tiempo y Laura Díaz acabó por agradecer que la vida predeciese al arte porque este, prematuro o incluso pródigo, pudo haber matado a aquél"

Este pequeño párrafo me impactó mucho, tanto, que inmediatamente lo anoté en la libreta que siempre cargo conmigo. Para mí, estas frases constituyen una especie de esperanza. Una mirada al horizonte, un suspiro profundo que me dice que tal vez si voy por buen camino.

Me encanta viajar, y me fascina haber vivido en ciudades tan diferentes en los últimos años.

Pero a veces, no puedo evitar preguntarme y ¿qué hubiera pasado si siguiera viviendo en México? ¿Dónde estaría en este momento? Llegar a un país, a una ciudad nueva, siempre constituye una especie de reto. Comienzas de cero. Nadie te conoce, no tienes amigos. Digamos que no eres nadie.

Y sin embargo para mí es como una bocanada de aire fresco, todo un mundo por conocer, calles por las que nunca había transitado, platillos que nunca había probado, palabras nuevas que comienzan a pegarse en mi vocabulario, gente con una visión del mundo completamente diferente a la mía. Esta sensación se ha convertido en una especie de adicción, siento la adrenalina correr por mis venas cada vez que llego a un nuevo lugar. Y una vez que ya estoy instalada, ya hice mías las calles, tengo amigos, y me siento cómoda, ese sentimiento de emoción desaparece, y llega la rutina. Y nunca me ha gustado la rutina.

Y si, es maravilloso vivir de esa manera, pero debo confesar que hay momentos en que tengo la sensación de que si tan sólo me quedara por más tiempo en un sólo sitio, podría haber conseguido más cosas, por lo menos en el terreno profesional.

Y no es que no esté satisfecha. He tenido la suerte de haber trabajado en cosas relacionadas con mi carrera en cada una de las ciudades dónde hemos vivido. Pero ¿y si me hubiera quedado?

Por eso me identifico tanto con la reflexión de Laura Díaz. Porque creo que todas estas idas y venidas, todas estas mudanzas, y aviones y acentos diferentes, significan algo. O deberían significar algo. Quizás tenía que conocer el mundo antes de empezar a escribir sobre él.

Y si el reconocimiento profesional se tarda un poco más, pues que se tarde, no tengo prisa.

Tengo todo el tiempo de mundo porque todavía me faltan Asia, África y Oceanía.


miércoles, 3 de diciembre de 2008

Wachimán


No, no es una palabra quechua, aunque podría parecerlo.

Tampoco es una fruta exótica de la selva, y mucho menos un platillo serrano. Les daré más pistas. En Lima es muy común encontrar más de uno en cada cuadra, sobre todo en los barrios de Miraflores y San Isidro. No, tampoco es un árbol. ¿Se rinden? ¿No? muy bien, me gusta esa actitud. Otra pista. Hacen ruido cuando pasas. No, no es un insecto. Ya me cansé.


Wachimán, viene de la unión de dos palabras en inglés watch: ver y man: hombre.

Por lo que si las unimos, obtenemos el fabuloso peruanismo de wachimán.


Desde que mi perro Puno aprendió a hacer sus ya no tan pequeñas necesidades fuera de la casa, nuestra hora de levantarnos se ha modificado considerablemente. Da igual que estes desvelado o que te hayas acostado hace apenas una hora. Cuando a Puno le llegan las ganas, le llegan, y comienza a ladrar y raspar la puerta de nuestra habitación. Así que no hay más remedio que levantarte, ponerte lo primero que encuentres y salir directo al parque. Y en estos paseos es que me he percatado más que nunca de la labor de los wachimanes.


Afuera de cada edificio de departamentos, hay uno. Afuera de cada restaurante, de algunas casas, de cada buffete de abogados, hay un wachimán. Algunos están uniformados elegantemente, sobre todo los de esos edificios nuevos, blancos y minimalistas. Incluso tienen una especie de mostrador de madera. Otros están sentados afuera, en una sillita de plástico, enfundados en una chamarra y con la gorra casi tapándoles los ojos. Algunos están en una especie de cápsula de lo más extraña. Parece una cabina telefónica hecha de madera, con una ventanita. Y desde ahí, miran, observan y cuidan. ¿Qué que cuidan? Pues las pertenencias de los ricos. Miran quien entra y sale del edificio, les abren la puerta, no las rejas de las cocheras porque todas son eléctricas. Dicen : Buenas tardes señorita y la mayoría del tiempo bostezan.

Si, bostezan mucho porque realmente en estos dos barrios no hay mucho que cuidar. Las camionetas de policía pasan cada minuto, y después de ellos pasan los del "serenazgo" en motocicleta. (Los del serenazgo son otros que cuidan el barrio) . Y ya que pasaron los de las motocicletas pasan los de las bicicletas, que también son de seguridad.

Osea que al final del día, los pobres wachimanes se la pasan dando cabeceaditas, o cuando les va bien, se ponen a lavar los coches, y ahí si que se despiertan. Bueno, también cuando paso caminando con Puno, porque ah, como son buenos para piropear esos wachimanes.

Claro, no tanto como los taxistas. El otro día uno de plano se paro y me gritó : Caaaaaaaaaarrrrne para los loboooooooooooooooosssss.


Pero sigamos cons los wachimanes. La verdad es que me dan un poquito de pena. Yo se que es un trabajo honrado, y que con la crisis mundial como está, es muy bueno que tengan un ingreso seguro. Pero me da la sensación de que simplemente ven la vida pasar. Mientras yo voy, paso, salgo, regreso, vuelvo a salir, ellos siguen ahí. Y da igual que llueva, salga el sol, o que la neblina cubra la ciudad. Ellos siempre están ahí. Lunes, martes, miércoles, jueves, viernes, sábado y domingo. Días hábiles y feriados. Mañana, tarde y noche. Los patrones van a Miami y regresan, a Nueva York y regresan, a las playas de Asia y regresan. Y ellos siguen ahí, cabeceando, envueltos en un profundo sopor ...


Pasaré la Navidad y el Año Nuevo en Cuzco. Y quisiera que cuando regresé, no hubiera ningún wachimán viendo la vida pasar. Pero se que cuando vuelva, seguirán ahí, esperándome, con su tan aprendido : Buenas tardes, señorita.

martes, 2 de diciembre de 2008

La tristeza del geográfico nacional


Si. Reconozco que fue mi culpa.

No se puede comenzar el día con este tipo de lectura, pero había un artículo sobre el pueblo rarámuri que parecía muy interesante, por lo que decidí tomar mi desayuno acompañada de esta revista. Error garrafal.

A medida que hojeaba las páginas, me resultaba cada vez más difícil tragar los pedazos de croissant. Después de unos minutos, opté por dejar el plato a un lado, prácticamente intacto. ¿Quién puede comer, sabiendo que el plátano común, de la variedad Cavendish, está sucumbiendo a causa de la enfermedad de Panamá, un mal contra el que no existe cura? o ¿quién puede tomarse su café tranquilamente cuando los orangutanes de la Isla de Borneo están en peligro de extinción , ya que su población ha disminuido mas de 50% en los últimos 50 años? Cerré la revista sin siquiera haberme acercado al artículo que me había interesado en un inicio: Tarahumaras, acorralados por la modernidad.


Añoré los días de la maravillosa ignorancia infantil.

Mi papá tenía una gran colección de revistas National Geographic en su oficina. Yo a veces subía, y en medio del polvo, me sentaba en el piso a mirar las fotografías, ya que los artículos estaban escritos en inglés. Me maravillaban las imágenes de lugares lejanos que algun día me gustaría visitar. Recuerdo una fotografía de una mujer en Rusia (eso fue lo que entendí al ver el pie de foto) La mujer, de edad avanzada, aparecía con una pañoleta en la cabeza y vendía lo que parecían ser unas inmensas paletas de hielo de color blanco. Eran una especie de cubos congelados, cada uno con una palo de madera en el centro. Abajo de la fotografía, también se leía: Milk. Me emocioné. Eso también lo entendía. Debía ser genial poder comprar la leche en forma de hielo.

Seguramente el artículo hablaba de algún temporal terrible que estaba afectando a la Unión Soviética, pero yo, en mi ignorancia, encontraba las fotografías simplemente fascinantes.

Recuerdo también un día que tenía que llevar al colegio un objeto para decorar el regalo del día del padre. A escondidas, me escabullí en la oficina, y recorte una imagen de una familia de leones. A mí me pareció muy linda. Sería una nota sobre la caza furtiva en Africa, o algo asi, pero para mí, simplemente era la fotografía de unos animales hermosos.

A veces no puedo con tanta realidad. Con tanto pesimismo. Necesito seguir teniendo fe en el mundo, en las personas, en los gobiernos. Es sólo que en determinados momentos resulta casi imposible. Y necesito creer, porque sino, voy y me lanzo del acantilado del malecón de Lima. Quiero creer que todavía hay esperanza.

Y a veces la vida te da ese tipo de señales, que te dicen que vale la pena seguir luchando, que no todo está perdido.
No pude leer el artículo de la Sierra Tarahumara, pero me acordé de una anécdota que había olvidado. Cuando vivíamos en Creel, teníamos una camioneta Nissan, viejita. Era de color amarillo y con una linea café, muy retro. Un día decidimos llevar a una amiga que estaba de visita, a Divisadero, un sitio turístico. Regresábamos ya muy entrada la noche, cuando de pronto, en una de las subidas, la camioneta comenzó a echar humo, y simplemente se detuvo.

La carretera estaba desolada. No se escuchaba nada. Después de más de una hora de estar esperando, un coche pasó. En él venía un hombre de unos treinta años. Mi amiga y yo nos fuimos con él al pueblo, para contratar una grúa, y mi chico se quedó, a mitad de la nada, junto a la camioneta. En el coche, íbamos muy nerviosas. Nunca sabes con quien te estás subiendo, y además , el tipo nos podía llevar a dónde quisiera. Prácticamente no hablamos en los cuarenta minutos que nos tomó llegar a Creel. En el camino, pensaba que en cualquier momento nos ibamos a salir de la carretera, el hombre nos violaría y después nos arrojaría por algún barranco. Lo sé, tengo demasiada imaginación. Al llegar al pueblo, como siempre pasa, el dueño de la grúa no estaba, o si estaba pero no quería ir hasta allá, ya no recuerdo.
El hombre que nos había llevado, seguía con nosotros y nos dijo que él tenía uno solución. Nos subimos de nuevo al coche, igual de asustadas. Para nuestra sorpresa, el hombre fue a casa de un familiar a pedir una camioneta, después a casa de otro amigo a pedir una cadena, y nos llevó a dónde estaba mi chico, helado de frío. Remolcó nuestra camioneta todo el camino de regreso. Fue una labor titánica hacerlo en medio de tantas curvas cerradas. Ya entrada la madrugada entramos al pueblo. No sabíamos como agradecerle a este hombre, del que nosotras habíamos pensado tan mal. Quisimos pagarle lo que nos hubiéramos gastado en la grúa, la gasolina.
De ninguna manera quiso aceptarlo. Dijo que nosotros hubiéramos hecho lo mismo por él. De verdad quise creerlo.
Se que los daños de la luz artificial son irreversibles, que los pandas están en peligro de extinción. Pero sólo por hoy, quiero pensar que también hay cosas positivas en el mundo, que hay gente buena, y que hay personas que están trabajando para hacer de este un mundo mejor.

Tal vez es la estupidez del optimista. Que se yo...




lunes, 1 de diciembre de 2008

Made in Mexico


"Perú no es lo mismo que México"
Con esta frase, una persona dio por terminada una especie de discusión en la que yo intentaba encontrar puntos en común entre ambos paises. Después de esto, simplemente agregó : "Y te lo digo yo, que soy limeño", como si esa fuera una razón de peso suficiente. En ese momento me reí de él, pero, si soy sincera, toda esa verborrea nacionalista suscitó en mí una reflexión.
El país en el que nacemos, nos toca por azahar, nosotros no elegimos dónde hacerlo. Sin embargo, siempre nos veremos condicionados por este hecho. Por lo que pensé: a fin de cuentas ¿que significa ser mexicana?
En Madrid tuve oportunidad de conocer compatriotas para los cuales ser mexicano significaba rechazar culquier cosa que no fuera de nuestro país. Si le servían un bocadillo de calamares, comentaban que no sabía igual sin una buena salsita. Al momento de salir por la noche, preferían ir a un bar donde solamente había mexicanos, y donde obviamente escuchaban música pop mexicana. En Londres pasaba igual, incluso vivían en una especie de guetos, donde terminaban relacionándose sólo con mexicanos. Lo que me hacía pensar: ¿ por qué no se quedaron en México? De cualquier manera no se daban la oportunidad de conocer una cultura diferente, y nada, nunca superaría a México, así que ¿para qué cruzar todo un océano, si lo único que quieres es seguir viviéndo de la misma manera que lo hacias allá?
Nací en México. Hay muchas cosas que me gustan de mi país como sus playas, sus montañas, la comida, su diversidad cultural. Pero también hay muchas cosas que no me gustan como la corrupción, la discriminación, la doble moral, el narcotráfico. Y también hay cosas de otros paises que me parecen muy valiosas y otras que encuentro vergonzosas. Y eso no me hace ni más ni menos mexicana, creo yo.
El tema del nacionalismo es algo delicado. En general todos los "ismos". El hecho de seguir determinada doctrina te hace caer en una especie de superioridad que te hace rechazar cualquier cosa que sea diferente. El nacionalismo extremo me da miedo. Te aliena. En lugar de unir, divide. Prefiero pensar en personas, sin pasaporte, sin nacionalidad. Respetarlas por el simple hecho de ser humanos. Independientemente de su creencia política, de su preferencia sexual, de su país de origen, de su religión, de su clase social.
Pero para el común de los mexicanos en el extranjero, o por lo menos para los que he tenido oportunidad de conocer, ser mexicano significa decir que México es mejor en todo, incluso en el futbol. Y escuchar mariachi, y cocinar chilaquiles, y deprimirse por "que lejos estoy del pueblo donde he nacido". Y creo que si puede significar eso, pero también muchas cosas más, porque todas esas personas que hasta bailan el jarabe tapatío, muchas veces no tienen idea de la realidad política del país, no se preocupan por el acontecer nacional, no promueven la literatura mexicana en el extranjero, y reducen el ser mexicano a una imagen de postal, parecida a un simple souvenir para turistas.
Si, cargo con mis salsas y mis chiles. Y no por eso dejo de reconocer que el cebiche peruano es infinitamente superior al mexicano. Si, lo dije, que me linchen los mexicanos de hueso colorado.

viernes, 28 de noviembre de 2008

Lima Limón


En el aniversario número 474 de la fundación de la ciudad de Lima, creo oportuno dedicarle algunas líneas a la ciudad dónde vivo.

Imaginen una lima, (un cítrico) partida por la mitad. Después, como si estuvieran en "El espacio de Cositas", vuelvan a cortar cada una de esas mitades en dos. Y de nuevo en dos. Y ahora imagínense que cada uno de esos pedacitos, tuviera un sabor completamente diferente, e incluso colores opuestos y apariencias distintas. Algunos serían dulces y jugosos, otros amarillos y amargos, algunos estarían llenos de semillas, otros lucirían duros y secos.

Pues exactamente así es Lima, la percibes de manera muy diferente dependiendo del pedazo que te toque.

Que el mar te quede a sólo diez minutos caminando; que puedas sacar a tu perro a pasear a las dos de la mañana sin ningún problema, ya que las motocicletas de seguridad pasan cada cinco minutos; que puedas comprar frutas y verduras en el mercado de orgánicos; que tengas al alcance un centro cultural con cine de autor a precios accesibles; que haya un restaurante de comida gourmet-fusión en cada calle; todo eso es posible si vives en Miraflores o en San Isidro, y si, cómo yo, eres una holgazana que se dedica todo el santo día a escribir, pasear a su perro, y cocinar platillos nuevos con ingredientes orgánicos.

Pero, si por el contrario, eres una persona que para trasladarse al trabajo tiene que pasar como mínimo dos horas de su día en un autobús o en una combi; si en tu barrio hay zonas por las que no puedes caminar una vez que oscureció; si las calles de tu colonia no están ni siquiera pavimentadas; si tienes que trabajar más de doce horas al día para sobrevivir; si la patrona ha decidido que en el cuarto de servicio no haya agua caliente; entonces la Lima que vives no tiene nada que ver con la que describí anteriormente.

Yo paseo todos los días por el malecón.

Hace unos meses, tuve la oportunidad de conocer un grupo de mujeres líderes en San Juan de Lurigancho, una zona a las afueras de Lima. La cooperante que trabaja con ellas, les mostró unas imágenes que se habían grabado en Miraflores. Muchas de esas personas no sabían que en Lima existía un malecón. Cuando aparecieron sus jardines, su faro, su ciclovía, una señora preguntó: ¿Qué ciudad es esa? . Las imágenes eran de su ciudad.

Lo que más les llamó la atención fueron las escaleras eléctricas del centro comercial. Muchas de ellas tienen que trepar literalmente por el cerro para llegar a sus casas, que se encuentran en medio de asentamientos irregulares. Tampoco tienen drenaje, o alumbrado público.

Así que yo podría hablarles de que Lima es una ciudad muy cosmopolita, con una vida cultural fascinante, dónde puedes caminar con toda la seguridad del mundo. Pero les estaría hablando solamente del pedazo de Lima que me tocó en la feria.

Lima es una ciudad clasista por excelencia, llena de contrastes. Tiene el peor transporte público que he visto en mi vida, y esa afirmación, viniendo de México, ya es bastante grave. Aquí no se respeta ninguna regla de tránsito. Me parece que la municipalidad de la ciudad podría ahorrarse mucho dinero si dejara de pintar los pasos de cebra, o líneas peatonales. Nadie los respeta, y me atrevería a decir que la mayoría de los conductores no tienen la menor idea para lo que sirven, quizás piensan que es un mero adorno. Las direccionales, olvídense, son un lujo. Incluso estoy pensando que tal vez los carros en Perú no tengan ese tipo de luces, porque no es normal que nadie las utilice. Si quieres dar vuelta a la derecha en la siguiente calle, no te molestes en cambiarte al carril de la derecha: aquí puedes girar dónde quieras y cuando quieras. Ah, pero no se te ocurra quejarte con algún chofer que no respete el paso peatonal, porque eso si, a los limeños no les gustan las personas que reclaman o que se quejan, eso es ser maleducados. Y como pueden ver, ellos son "muy educados".

En fin. Muchas felicidades para Lima en su cumpleaños; espero que continúe como hasta ahora, convirtiéndose en una ciudad que sirve sólo a los ricos, en una ciudad para los automóviles y no para los peatones, dónde se cree que desarrollo y modernidad significa derrumbar casas y construir rascacielos. Tiene suerte, si sigue así, no llegará a vieja.




miércoles, 26 de noviembre de 2008

La esposa del Doctor


No, nunca fue mi sueño casarme con un doctor.

Y no es que tenga algo en contra de ellos, al contrario. Siempre he vivido ese mundo muy de cerca. Tal vez por eso es que quería encontrar a alguien fuera de lo común.
Y lo encontré.

Con el ligero detalle de que también era médico. Pero bueno, nadie es perfecto.


Viviendo en ciudades tan diversas como en las que he tenido oportunidad de hacerlo, resulta curioso como cambia la percepción de la gente ante nuestra relación. Por ejemplo, en Madrid, opté por decir que vivía en unión libre, ya que la mirada que recibía al decir que estaba casada, era como si de pronto me hubiera convertido en militante del PP. En Ecuador, la cosa fue cambiando, y de pronto, me vi despojada de toda identidad, y pasé a convertirme, para los demás, simplemente en "la esposa del doctor"

A la gente le da flojera saber que significa haber estudidado Artes Audiovisuales.

Mucho menos pueden entender que quiera dedicarme a escribir.
Cuando me preguntan lo que hago, ha habido mujeres que aún después de haberme escuchado, me comentan"Ah, entonces eres ama de casa" y obviamente dicen esto en el sentido peyorativo de la palabra. He intentado que todos estos comentarios se me resbalen, y no darles importancia alguna; pero en este continente, es cada vez más difícil sobrellevar la concepción de que debes de tener un hombre a tu lado para tener valor ante los demás. La sociedad empieza a agobiarte, y cuando de pronto, de los labios de tu pareja, sale la frase : ¿ Y quieres hacer alguna otra cosa además de escribir? , sabes que a veces, latinoamérica puede tener un efecto nocivo para la salud.


Ayer viví una experiencia que me hizo recobrar la esperanza y me recordó quien soy en realidad. Se celebró el Día Mundial de la No Violencia contra la Mujer, y le ayudé a una amiga a grabar un evento. Este se realizó en uno de los barrios menos privilegiados de Lima, San Juan de Lurigancho. En un día sin tráfico, puedes hacer hora y media en autobús para llegar hasta allá.


Cuando llegué al auditorio, me sorprendió la gran cantidad de mujeres que había congregadas, muchas de ellas, literalmente, con sus hijos colgando de una chichi. A pesar de que algunas apenas se encuentran estudiando los primeros cursos de alfabetización, escuchaban atentamente la charla sobre los Derechos de la Mujer. Dejaron sus trabajos, su casa, su marido, para poder asisitir a este evento, en el que participaban de una manera muy activa. Sus aportes y comentarios eran de mujeres empoderadas, las cuales tal vez no tuvieron muchas oportunidades, pero que sin embargo habían cambiado su manera de pensar, habían dejado de ser víctimas, para convertirse en líderes, unirse a otras mujeres y mejorar la calidad de vida de sus barrios y de sus propias hogares.


Me sorprendió su nivel de autoestima, la motivación que tenían de hacer de este un mundo mejor para las mujeres. No más vivir bajo la sombra de un hombre, habían encontrado su propio ser, su propia voz. Pensé que mis amigas, compañeras, abuelas, primas, vecinas, tías, conocidas, y yo incluida, teníamos mucho que aprender de ellas. De su fuerza, de su coraje.


Es maravilloso ser mujer. Debemos luchar por mejorar nuestro papel en la sociedad. No es una lucha de sexos, es un compartir la vida, la existencia.


Y salí de ahí respirando muy hondo. Sabiendo que ya no importa que me llamen la esposa del doctor. Solamente importa si yo realmente me lo creo.



lunes, 24 de noviembre de 2008

Los usurpadores de cuerpos


Ayer por la noche, me desvelé viendo la película "The Invasion", tercer remake de una de las obras maestras del cine fantástico; "La invasión de los ladrones de cuerpos" de Don Siegel.
Me sorprendí mucho al percatarme de que lo que pasaba en el film, tenía relación directa con un acontecimiento de lo más extraño que tuvo lugar hace algunos días, en mi propia casa.

Por razones diversas, me vi obligada a recibir a dos personas, solamente por un día.

Los individuos llegaron muy entrada la noche, y desde que entraron por la puerta, supe que había algo extraño en ellos. No sólo era su total y absoluta incapacidad para establecer contacto visual, sino que las cosas que decían, me resultaban de lo más extrañas e inverosímiles, por lo que no pude evitar pensar que algo terrible les había sucedido.

Desde ese momento me mantuve alerta, ya que estos invasores realizan ciertos comentarios normales para despistarte. Por ejemplo, mostraron su rechazo por la política exterior del Presidente Fox. En ese instante estuvieron a punto de ganar mi empatía, pero algo en su lenguaje corporal tan rígido, algo en su medallita de la virgen de guadalupe, me advirtió que desconfiara.

Y no estaba equivocada. La conversación que después tuvo lugar no hizo más que confirmar mis sospechas. Me preguntaron sobre la inseguridad en Lima, a lo que repondí que en ese aspecto, me sentía mucho mejor aquí en Perú, que en México, debido tal vez al tema del narco.
Ellos me miraron, bueno, no me miraron directamente, sino que con las cuencas de los ojos prácticamente vacías, su boca hizo una mueca de desconcierto, agregando que en México el tema del narco no afecta a la sociedad civil. Mi cuerpo, instintivamente, dio un salto hacia atrás, estaba segura de que en cualquier momento me escupirian, contaminandome y convirtiéndome en uno de ellos.
"27 asesinatos en México en 24 horas" esa noticia aparece el día de hoy en el periódico El País.
"CNDH: 45 periodistas asesinados de 2000 a la fecha", nota de La Jornada, también de hoy.
Y estas son solamente las noticias de los periódicos.
Este año pasé tres meses en Guadalajara, y la sensación de inseguridad había aumentado de manera considerable desde mi última visita. Me sorprendí al ver como la gente se ha acostumbrado a vivir en un medio tan violento. Tengo más de seis años viviendo fuera de Jalisco, y el panorama que me resultaba desolador.
Persecuciones en avenidas transitadas, donde los ocupantes de camionetas lanzaban granadas a su paso. La admiración creciente de la población por la cultura del narco; desde la ropa, la música, las camionetas, la actitud desafiante ante la menor provocación. El simple hecho de sentirte impotente cuando un Hummer se pasa un alto, o se pone en doble fila, y no poder decir nada, por el miedo de que te saquen una pistola.
Los dos usurpadores de cuerpos agregaron que está muy bien que los narcos se maten entre ellos, y que por supuesto, el norte no es México. Mi instinto de supervivencia me hizo ponerme de pie. Me disculpé diciendo que estaba muy cansada, y me encerré en mi habitación, muerta de miedo. Al otro día se fueron. Mi pareja tampoco había sido contaminada, quizás es inmune, ya que él pasó más tiempo en su presencia. Quien sabe.
Llamaron desde Cuzco. Cuando les preguntamos que les parecía la ciudad, con una voz metálica y carente de emoción alguna, simplemente respondieron : "Pobre"



miércoles, 19 de noviembre de 2008

La Manzana de la Discordia



Vivo en Lima. Tengo un perro cruzado, "chusco" como le llaman acá.
Tres veces al día lo saco a pasear. Y tres veces al día me topo con la misma escena. Procesiones de chicas uniformadas paseando perros. Mi ropa desentona considerablemente, desde el punto de vista de los automovilistas que me miran, o me hace falta un uniforme, o me hace falta una empleada.
Puno es un perro al que le gusta mucho socializar con otros perros, así que en cuanto ve uno, me jala de la correa. Las primeras veces que intenté conversar con una de estas chicas uniformadas, ellas ni siquiera me miraban, y cuando me respondían, lo hacian muy bajito, sin dejar de llamarme respetuosamente "Señorita". La mayoría de ellas son morenas y de rasgos indígenas, y gracias a las anécdotas de las travesuras de mi perro, he logrado romper el hielo, y hasta algunas carcajadas les he sacado. Lo que más les sorpende es que yo misma limpie mi casa. Les digo que es tan pequeña que no me tardo nada en recoger. Se ríen y se miran entre ellas.
En uno de esos paseos por el Malecón, conocí a dos chicas: Elizabeth y Gaby. Una paseaba un pug y la otra un cocker. Puno y la Bebé (el pug) se entendieron a la perfección, ambos tienen cuatro meses, así que se la pasaron correteándose por los amplios jardines. El cocker ya es mayor, así que se quedó junto a nosotras observando la acción.
Mientras eso ocurría, conversábamos animadamente, de cualquier cosa. Las personas que caminaban a esa hora por el malecón, me miraban de manera rara. Puedo decir incluso que fijaban su vista en mí y en las dos chicas. Después de dos horas, caminamos hacia la salida, y pasó un chico que vendía manzanas cubiertas de caramelo. Se me antojó una, hace años que no comía algo así. La compré, le dí una mordida, la cual por cierto me despostilló el diente de enfrente (no es lo mismo comerlas a los diez años que a los treinta), y acto seguido les invité de la manzana.
Las dos chicas se miraron desconcertadas. Yo les seguí ofreciendo. Una de ellas me dijo tímidamente que no tenían con que partirla. Le dije que la mordiera . ¿De su manzana? me dijo. Pues claro, le respondí. Cerca de nosotros había dos chicas de unos dieciocho años, sentadas en una banca, observando la escena. Elizabeth se animó por fin a tomar la manzana y le dio una gran mordida, Gaby la miró y soltó una carcajada. Después ella también probó la manzana. Las dos jóvenes de la banca, nos miraban extrañadas y cuchicheaban. Nosotras seguimos pasándonos la manzana durante un rato. Puedo decir, sin llegar a equivocarme, que cada una de las personas que pasó por ahí, fijó su mirada en la escena, y su reacción era de entre incredulidad y sorpresa.
Para los limeños, este es un comportamiento poco habitual, o incluso mal visto.
A ellos les gusta diferenciarse en todo momento. Es por eso que se aseguran de que las empleadas lleven uniforme, de que los baños de los cuartos de servicio no tengan agua caliente ni ventanas, de que en los restaurantes exista un menú para las empleadas y otro para ellos, de que no se bañen en el mar durante el día, solamente por la tarde cuando nadie las ve; y eso sin contar la distancia prudencial a la que deben de caminar estas chicas cuando van por la calle junto a ellos : siempre atrás.
Gaby, Elizabeth y yo terminamos nuestra manzana. Después intercambiamos números de celular para salir a pasear a los perros a la misma hora.
Y regresé caminando a mi casa con mi perro "chusco", que para mí es mucho más lindo e inteligente que cualquier perro de raza.

martes, 18 de noviembre de 2008

Normalidad



Normal: que se halla en su estado natural.

Que se ajusta a cierta norma o regla.


Ultimamente me he topado con gente "normal" a la que cualquier elemento que pueda diferenciar a una persona de la mayoría, les causa tal desconcierto, que su única manera de reaccionar es utilizando la crítica mordaz.



Pareciera que el simple hecho de romper los cánones establecidos, los hiciera sentir inseguros, o peor aún, sienten que la "anormalidad" representa un ataque su propia persona. Me explico. El otro día tuve que ir a cierta oficina. Llevaba un vestido y unas botas. La persona que me recibió, tras revisarme de arriba abajo, y de una manera de lo más grosera dada nuestra poca relación, me increpó directamente: ¿Y ese vestido qué? Yo no entendí la pregunta ¿Qué de qué?, pensé, pero eso no fue todo, sino que siguió hacia arriba con mi cabello, enfocándose en el fleco, y señalando que en Perú nadie usaba el cabello de esa forma. Yo la miré, sin saber que contestarle, y continué haciendo lo que tenía que hacer.



Ese es un ejemplo bastante simple y superficial, pero la intolerancia de la gente "normal" llega a límites insospechados. Una amiga que trabaja como Ingeniera Civil, me contó que habían vendido el Penthouse del edificio donde ella había estado trabajando. El dueño de la constructora estaba muy contento, hasta que se enteró que de que el comprador era gay. Puso el grito en el cielo y alegando que en ese edificio iban a vivir familias y no podían meter a un "anormal", hizo que llamaran al chico y que le cancelaran el contrato, obviamente, dándole cualquier otra excusa.


La gente "normal" piensa que se debe ser heterosexual, vestirte como todo el mundo, casarte antes de los treinta, tener hijos, trabajar en el mismo lugar toda la vida, o invertir en negocio propio. Comprar una casa, tener dos coches y un perro, ah y si es posible, vivir cerca de casa de tus padres. A mí todo esto me parece perfecto, si es lo que cada quien decide y lo hace feliz.

Es una opción de vida que es muy válida, como cualquier otra.


Lo que no me queda claro de esta gente tan "normal" es el rechazo que tienen hacia otras formas de vivir. Si los demás no criticamos su "normalidad" ¿que derecho tienen ellos de criticar y rechazar la supuesta "anormalidad"?


Sin problemas, yo podría criticar sus pantalones anticuados que no se usan desde los noventas, o sus sombras de ojos estilo tv azteca. Podría bostezar ante sus relaciones soporíferas y sus pláticas de pipís y cacas. Les argumentaría que el destino de mi vida no es un simple : nace, crece, se reproduce y muere.

Y que cada quien tiene derecho a hacer con sus agujeritos lo que les venga en gana, si ellos lo único que hacen a puerta cerrada es dormir, o utilizar una única posición sexual, allá ellos.


Pero no lo hago. No lo hago porque debemos ser tolerantes. Aunque su "normalidad" a mi me parezca de lo más "anormal", todos tenemos derecho de vivir de la manera que mejor nos parezca, de vestirnos como nos venga en gana, de escuchar la música que más nos guste, de elegir nuestra inlcinación sexual; obviamente siempre respetando los derechos de los demás.

Pero si yo respeto los de ellos ¿por qué ellos no respetan los míos?


En fin, me voy que tengo que ir a esa oficina de nuevo. Me pondré el vestido más moderno que encuentre, con sus existencias tan vacías y aburridas, les daré algo de que hablar el resto del día.


Loru