viernes, 12 de diciembre de 2008

Abismos de diferencia


Cuando era pequeña, no existían los teléfonos de botones, mucho menos los inalámbricos.

Los números se "discaban" porque el mecanismo de los aparatos estaba constituido por un disco de plástico que daba vueltas, con unos agujeritos dónde metías los dedos y un tope de metal en la parte inferior derecha. Me fascinaba el sonido que este círculo producía. Si discabas el tres, esperabas tik-tik-tik hasta que el disco regresaba. Discabas un seis: tik-tik-tik-tik-tik-tik-tik. Y si discabas el cero era lo mejor: tik-tik-tik-tik-tik-tik-tik-tik-tik-tik, hasta que el disco volvía a su posición original.

Mi abuela fue la más feliz cuando una tía le trajo de Estados Unidos un teléfono con números en unas grandes teclas, ya que sus dedos regordetes nunca cabían en los agujeros del aparato convencional, y se la pasaba llamando a casas de desconocidos. Y obviamente los desconocidos eran los culpables por no pasarle a la persona con quien ella quería hablar. En fin. Todavía no me he convertido en mi abuela, pero estoy segura que voy directo hacia allá, muy a mi pesar, a pasos agigantados.
Hay un adolescente en el parque con el que me encanta conversar. Es idéntico al sobrino de la serie de Sony "Ugly Betty". Siempre está bien fajado, con sus pantalones beige planchados con la raya en medio, con sus suetercitos Tommy Hilfiger de todos los colores. Es muy simpático, y por un breve instante pensé que hablaba tanto conmigo porque yo le gustaba. Error garrafal de percepción. Cuando vi la manera en que se le iluminaron los ojos cuando vio a mi marido, lo comprendí todo. Me encantaría ahorrarle tiempo, dinero y esfuerzo con psicólogas y psiquiatras; y decirle: No hay nada extraño en ti, simplemente eres gay. Pero bueno, supongo que hay cosas que tienes que descubrir por ti mismo.
En días pasado me dio mucho gusto ver que no estaba con su mamá, como siempre, sino con un grupo de amigos. En cuanto me vio, corrió a saludarme. Los otros chicos también se acercaron. Mi perro se asustó al escuchar la música que venía del celular de uno de los adolescentes. Al dueño del teléfono le hizo gracia, y le lanzó el celular al césped, para que Puno, mi perro, fuera por él. Yo corrí tras el teléfono antes de que mi perro lo destrozara. Era un celular de esos súper modernos, con muchísimas funciones. Yo nunca he sido amante de los celulares, pero estaba segura de que ese aparato costaba mucho dinero. Mientras corría, él chico me dijo: No importa, deja que lo muerda. Me paré en seco. No entendía nada. Dejé que Puno tomara el celular con su hocico y comenzara a morderlo. La música seguía saliendo de teléfono. Todos los chicos reían, uno de ellos le quitó el celular a mi perro y lo volvió a lanzar con fuerza. Puno corrió tras el aparato. Yo no podía creer lo que estaba pasando. Viniendo de una familia dónde los controles de la televisión están eternamente envueltos en plástico para que no se arruinaran, dónde se aprovecha hasta la última gota de pasta de dientes y se racionaliza el número de veces que abres el refrigerador; esto de lanzarle un aparato costoso a un perro para que lo rompiera no tenía ningún sentido. Uno de los chicos viendo mi cara de asombro, me dijo: No te preocupes, a él le sobra la plata.
Me quedé observando a mi perro morder las teclas del teléfono, pero algo no estaba bien. Me disculpé diciendo que tenía que ver a alguien en el otro lado del malecón. Le puse la correa a mi perro y me despedí. Cuando me alejaba, el chico que conocía, me preguntó si es que iba a venir mi marido. Le respondí que no, y miré una expresión de decepción dibujada en su rostro.
Le lancé la pelota a Puno mientras observaba el mar. Eli, una empleada, llegó a conversar. Me contó que había tenido que pagar sesenta soles a un veterinario, porque el perro de la casa donde trabaja, se lastimó jugando con otro perro, y la patrona le había dicho que había sido su culpa por no cuidarlo bien. Estaba muy triste porque no podría enviar ese dinero a su hijo, que vive en la sierra.
Sesenta soles son apróximadamente veinte dólares. Para algunos, esa cantidad marca una gran diferencia. Para otros, es lo mismo lanzar veinte, cincuenta, o mil dólares al césped para que un perro los destroce. Así es Lima. Así es Latinoamérica.




jueves, 11 de diciembre de 2008

Una mañana cualquiera


Camino medio dormida. Apenas son las siete y media y Puno da vueltas sobre su propio eje buscando el lugar preciso dónde echarse un "cake". La correa se le enreda entre las patas. Hace un tremendo pastel de chocolate, lo recojo dentro de una bolsa y busco el bote de basura más cercano. La ciudad todavía luce su neblina habitual, pero la humedad hace que la sudadera se me pegue a los brazos, indicándome que por fin se ha terminado el invierno, y que el verano está a la vuelta de la esquina.

Pero miro a la esquina y no es el verano lo que encuentro.

Lo que observo es un grupo de personas cuyo movimiento me hace recordar un enjambre de abejas. Continúo caminando hacia el parque. También mi perro está desconcertado. De pronto el grupo se detiene unos minutos, para acto seguido, salir disparados en todas direcciones, en grupos de dos. Me voy acercando y puedo ver mejor. Las mujeres llevan faldas hasta el tobillo y blusas de manga larga. Los hombres visten camisas muy bien planchadas y fajadas dentro del pantalón. Todos llevan libros en la mano. Es un panorama extraño para las siete y media de la mañana. Puno y yo estamos intrigados. Una pareja se dirige hacia el parque. Decidimos seguirlos. Diversas personas haciendo ejercicio pasan a su lado, pero ellos parecen ignorarlas. Un hombre de traje, el cual lleva un café de Starbucks en la mano, los mira detenidamente. Ellos pasan de largo. Por fin, parece que han encontrado una persona que llama su atención. Aprietan el paso y se dirigen al wachimán del parque. Puno se empeña en oler todo a su paso, por lo que pierdo unos minutos muy valiosos. Ahora está haciendo pipí. Que momento tan oportuno ha elegido. Observo la escena desde lejos. Los dos hombres hablan con el wachimán y le muestran imágenes del libro. Jalo a Puno como puedo, él va dejando unas gotitas amarillas tras de sí. Ya podrá terminar de hacer en el parque. Por fin llego. Le quito la correa y sale despavorido a orinar tranquilamente sobre unas plantas. Yo hago como que lo observo e incluso le silbo algunas veces mientras me acerco lo suficiente para ver de que están hablando.

Escucho pecado, Biblia, perdición del mundo actual, y algo sobre el infierno. El wachimán los mira con cara de susto. En ese momento, una señora vestida con ropa deportiva, pasa por ahí. Alcanza a escuchar algo de lo que están predicando y se detiene. "Les tengo una encuesta" les dice de manera directa. Los dos hombrecillos morenos la miran, desconcertados. "¿Ustedes saben que se celebra hoy? " Ellos no contestan nada. "Hoy hace 60 años se aprobó la Declaración Universal de los Derechos Humanos. ¿Por qué mejor no hablan sobre eso?" Uno de los hombres mejora su postura, se aclara la garganta y como si estuviera orgulloso de tener la respuesta correcta, se dirige a la señora "Ese es trabajo del gobierno, de los políticos" La señora suspira. "De eso deben hablar las religiones, de la no discriminación, de la igualdad, de la dignidad humana ¿O ustedes que piensan?"

Para ese momento yo ya estoy prácticamente al lado, observando la escena muy de cerca. Los dos hombrecillos se miran entre sí. A ellos no les dijeron que tenían que razonar. No les advirtieron que tendrían que pensar, o que quizás alguien les pediría su opinión. A ellos los aleccionaron para que dijeran un discurso cerrado, dónde se tiene que seguir al pie de la letra lo que dice la Biblia. La Señora los mira, les sonríe y continúa su camino. La pareja pasa saliva. Fijan la vista de nuevo en sus libros, y siguen con el discurso, como si nada hubiera pasado.

Puno ya está del otro lado del parque. Tengo que correr para alcanzarlo. Está jugando con un jack russel y otra pareja de lavadores de cerebros acosa a la empleada que pasea al perro. Miro a mi alrededor. Están por todos lados. Una pareja habla con el mensajero de la motocicleta, otros con el jardinero. ¡Por favor, quiero que vengan a darme el discurso a mí! Me encanta llevarles la contraria y hacerlos dudar. Pero ninguno se me acerca. Me muevo por todo el jardín jugando con mi perro, pero parece que mi perfil no les atrae...

De regreso, observo como una pareja de gringos se pelea en una esquina. La chica comienza a llorar y se da la media vuelta. El la mira como se aleja, y se cruza a comprar un cigarro suelto. Estoy segura que irá tras ella. Espero en el alto. Se que antes de que cuente hasta diez él correrá a buscarla. Uno, dos, tres, cuatro, cinco. Se los dije. El chico comienza a caminar de manera apurada. En la casa, Puno desayuna y después se duerme mientras escribo este blog. Cuando salgo al banco, me vuelvo a encontrar con la pareja, quien ahora se besa amorosamente.

Así es una mañana típica para mí en Lima.


miércoles, 10 de diciembre de 2008

Mitos


Hace algunos meses, en la ciudad de Guadalajara, mi pareja y yo tuvimos un encuentro de lo más extraño. Nos presentaron un sacerdote. El hombre era moreno, de mediana edad, no había nada particular en él. De pronto, se puso de pie, abrazó a mi pareja y le dijo : ¿Tú eres el misionero? Whaaaaaaaaaaaaaaaaat? ¿ El qué? Yo no sabía si reírme, o llorar. Parecía que todo este tiempo había estado casada con San Pablo y no me había dado cuenta. Aunque pensándolo bien, debe ser excitante. Hacer pecar a un santo ¿no? Yo estaba inmersa en esas fantasías cuando me di cuenta de que mi pareja estaba visiblemente incómoda. De la manera más amable, le dijo que él no era misionero, que era Médico y se dedicaba a la Cooperación.

El padrecito parecía no escuchar nada y le soltó un discurso de lo buena persona que era, y que debería haber más gente como él en el mundo, que ayudarán a prójimo sin esperar nada a cambio. Como pudimos, nos disculpamos alegando un compromiso, y escapamos de allí.

A la gente le cuesta entender que la Cooperación es un trabajo como cualquier otro. Es una opción de vida como lo puede ser poner tu propio consultorio, abrir un restaurante de mariscos o ser comentarista deportivo. No son santos, ni viven del aire que respiran. Son personas como cualquier otra, que necesitan ganar un sueldo, que visten y calzan y comen, y si, también cagan, aunque la gente quiera ver a las heces de los cooperantes como"buenas obras". En fin.

Se critica mucho a la empresa privada. Se tiene a la imagen del empresario como un ente maligno que explota a sus trabajadores para que se queden pobres y él siempre tener más y más.
Yo no tengo esa visión. Me han tratado mucho mejor en una agencia de publicidad que en una Ong. Y sé que es malo generalizar, de hecho odio hacerlo, pero cuando ves que el hermano marista que dirige la asociación civil donde trabajas, le niega el contrato a tu amiga porque está embarazada, y no están dispuestos a pagarle la incapacidad; o cuando el otro sacerdote, ya no sabes de cual marca, les dice que no hay dinero para los sueldos, y sin embargo gasta millonadas en comprar dos toneladas de mierda (literalmente compró dos toneladas de composta) "para hacer un negocio"; o cuando los compañeros de la fundación te critican porque recibes un sueldo, cuando ellos hicieron ese mismo trabajo durante años, sin recibir un centavo, es que te preguntas si realmente la empresa privada es tan despiadada como decían.

Porque hablando de los trabajos gratis...
En eso son expertos. Con el pretexto de que nunca hay dinero, intentan conseguir cualquier servicio sin que les cueste. Y ellos si te explotan. Y no sólo eso, sino que te hacen sentir culpable por el hecho de querer recibir una retribución justa por tus horas de trabajo. A mí me llegaron a decir que había un déficit en mi proyecto. Revisando las cuentas, me di cuenta de que ese "déficit" era mi sueldo. Es increíble darte cuenta como es que quieren un trabajo bien hecho, sin querer desembolsar un centavo. Y es por eso que terminan contratando jóvenes recién egresados de la preparatoria, para que se hagan cargo de escuelas enteras. Y lo único que pasa es que esos proyectos se siguen perpetuando, ya que los chicos que llegan piensan que ayudar es disfrazarse de artesanía y limpiarle los mocos a los niños.
Porque en el fondo, lo que esas organizaciones quieren, es que los proyectos no crezcan. Si la situación de los indígenas mejora, se les acaba la chamba.

Y esas son las asociaciones religiosas. Uno pensaría que el sector laico es diferente. Es lamentable darnos cuenta de que no es así, y que se le niegan presupuestos enteros a regiones, simplemente porque no están de acuerdo con la visión política del alcalde; o que el dinero que supuestamente tendría que ir para toda la población vulnerable, se queda en cierta minoría, porque alguien es líder dentro de esta.

No quiero generalizar. Odio generalizar. Es verdad que existen organizaciones internacionales, nacionales, regionales y locales, que no son así. Y que dentro de las asociaciones religiosas, también hay personas valiosas, con una visión de cambio. Lamentablemente no son la mayoría.

Pero está en nosotros exigir que se valore nuestro trabajo, y exigir que realicen su labor de una manera profesional.

No más trabajos sin retribución. Me lo repetí a mi misma por la mañana, frente al mar de Lima.
Cuando regalas tu trabajo, corres el riesgo de que no lo valoren. Y yo valgo mucho, muchísimo.

martes, 9 de diciembre de 2008

Despertar


Mi mamá y yo solíamos ver muchas películas juntas.
Nuestra escala para calificar una cinta como buena, consistía en contar el número de pañuelos desechables que habíamos usado. Desde nuestro muy particular punto de vista, entre más "klenex" teníamos a nuestro alrededor una vez terminado el film, mejor había sido la película.

Una de esas historias fue "Awakenings", protagonizada por Robert de Niro y Robin Williams. En ella, se narra la historia de un Doctor que descubre los beneficios de una nueva droga, sobre un grupo de pacientes catatónicos, víctimas de una epidemia de encefalitis letárgica. Estas personas despiertan después de décadas de haber estado inmovilizados, enfrentándose a un nuevo mundo por descubrir. Para ese momento el moco ya nos resbalaba hasta la barbilla, y para el desenlace, cuando las personas regresan misteriosamente a su estado letárgico, nuestros berridos podían escucharse hasta la casa de los vecinos. Poníamos Eject en la vieja videocasetera y suspirábamos.
Que buena película.

Mis gustos cinematográficos han cambiado a través de los años, pero no puedo evitar preguntarme ¿qué tipo de droga necesitamos en México para despertar?

El día de hoy leo en los titulares acerca de los disturbios en Grecia. Una de las frases del diario El País me sorprende: "La falta de expectativas laborales y el hartazgo por los escándalos políticos han alimentado la revuelta" Reflexiono. Ese ha sido el panorama habitual de mi país durante años. Y sin embargo, seguimos tan apáticos como siempre. En Europa, una de las cosas que más me sorprendió, fue la gran cantidad de gente de todas las clases sociales que asiste a las manifestaciones. No sólo hay jóvenes, sino también señoras como mi mamá, como mis tías, padres de familia con sus hijos, todos marchando por una causa social que consideran justa.

En México no. En México, quien asiste a una manifestación es considerado "un cholo", "un naco", "un acarreado" Todos estamos tan ensimismados en nuestro propio mundo, que solamente consideramos los inconvenientes que nos producen las personas que ejercen su derecho a manifestarse. ¡Que se pongan a trabajar! , es una frase que se escucha de manera común.

A las manifestaciones solamente asisten jóvenes, a los que los demás se refieren como "revoltosos". Y nosotros nos quejamos porque ese grupo de desquehacerados nos nos dejó llegar al trabajo a tiempo, o nos hizo perder la cita con algún cliente; o peor aún, nos hizo llegar tarde al gimnasio. En fin. Creo que nunca nos ponemos a pensar en la causa de la manifestación, y siempre tendemos a verlos como algo externo a nosotros, como si viviéramos en países diferentes. ¿Qué se necesita para ver más allá de nuestra propia comodidad? Como las cosas no nos tocan de manera cercana, hacemos como que no existen.

La cifra de asesinatos relacionados con el narcotráfico, se ha elevado a 5,400 en lo que va del año.

Cuando nos dicen esas cifras, nuestra expresión es de total indiferencia. " Está bien, que los narcos se maten entre ellos" "Ellos no se meten con la sociedad "Tijuana no es México"

Esos son el tipo de comentarios que he obtenido de compatriotas cuando quiero saber más del tema.

Así que, seguimos viviendo en nuestra burbuja, como si nada se relacionara directamente con nuestra realidad. Llevamos una existencia catatónica.

¿Qué necesitamos para salir de esta? ¿Un golpe de estado? ¿Una dictadura? No lo sé. Pero creo que cuando despertemos, será a una realidad mucho más dura que esta, dónde la violencia por fin nos haya tocado de manera cercana, y sé que entonces, por fin nos preguntaremos ¿Pero cómo es posible que hayamos llegado a esto?

Mi única esperanza es que, a diferencia de la película de Penny Marshal, el despertar no sea solamente temporal, y el de nosotros si dure para siempre.

viernes, 5 de diciembre de 2008

El tren de la vida


Bueno, y como en este 2008 todo son celebraciones por los 80 años de Carlos Fuentes, pues yo no me podía quedar atrás. Rescato un fragmento de su novela Los años con Laura Díaz.

"No era posible tener el arte y la vida al mismo tiempo y Laura Díaz acabó por agradecer que la vida predeciese al arte porque este, prematuro o incluso pródigo, pudo haber matado a aquél"

Este pequeño párrafo me impactó mucho, tanto, que inmediatamente lo anoté en la libreta que siempre cargo conmigo. Para mí, estas frases constituyen una especie de esperanza. Una mirada al horizonte, un suspiro profundo que me dice que tal vez si voy por buen camino.

Me encanta viajar, y me fascina haber vivido en ciudades tan diferentes en los últimos años.

Pero a veces, no puedo evitar preguntarme y ¿qué hubiera pasado si siguiera viviendo en México? ¿Dónde estaría en este momento? Llegar a un país, a una ciudad nueva, siempre constituye una especie de reto. Comienzas de cero. Nadie te conoce, no tienes amigos. Digamos que no eres nadie.

Y sin embargo para mí es como una bocanada de aire fresco, todo un mundo por conocer, calles por las que nunca había transitado, platillos que nunca había probado, palabras nuevas que comienzan a pegarse en mi vocabulario, gente con una visión del mundo completamente diferente a la mía. Esta sensación se ha convertido en una especie de adicción, siento la adrenalina correr por mis venas cada vez que llego a un nuevo lugar. Y una vez que ya estoy instalada, ya hice mías las calles, tengo amigos, y me siento cómoda, ese sentimiento de emoción desaparece, y llega la rutina. Y nunca me ha gustado la rutina.

Y si, es maravilloso vivir de esa manera, pero debo confesar que hay momentos en que tengo la sensación de que si tan sólo me quedara por más tiempo en un sólo sitio, podría haber conseguido más cosas, por lo menos en el terreno profesional.

Y no es que no esté satisfecha. He tenido la suerte de haber trabajado en cosas relacionadas con mi carrera en cada una de las ciudades dónde hemos vivido. Pero ¿y si me hubiera quedado?

Por eso me identifico tanto con la reflexión de Laura Díaz. Porque creo que todas estas idas y venidas, todas estas mudanzas, y aviones y acentos diferentes, significan algo. O deberían significar algo. Quizás tenía que conocer el mundo antes de empezar a escribir sobre él.

Y si el reconocimiento profesional se tarda un poco más, pues que se tarde, no tengo prisa.

Tengo todo el tiempo de mundo porque todavía me faltan Asia, África y Oceanía.


miércoles, 3 de diciembre de 2008

Wachimán


No, no es una palabra quechua, aunque podría parecerlo.

Tampoco es una fruta exótica de la selva, y mucho menos un platillo serrano. Les daré más pistas. En Lima es muy común encontrar más de uno en cada cuadra, sobre todo en los barrios de Miraflores y San Isidro. No, tampoco es un árbol. ¿Se rinden? ¿No? muy bien, me gusta esa actitud. Otra pista. Hacen ruido cuando pasas. No, no es un insecto. Ya me cansé.


Wachimán, viene de la unión de dos palabras en inglés watch: ver y man: hombre.

Por lo que si las unimos, obtenemos el fabuloso peruanismo de wachimán.


Desde que mi perro Puno aprendió a hacer sus ya no tan pequeñas necesidades fuera de la casa, nuestra hora de levantarnos se ha modificado considerablemente. Da igual que estes desvelado o que te hayas acostado hace apenas una hora. Cuando a Puno le llegan las ganas, le llegan, y comienza a ladrar y raspar la puerta de nuestra habitación. Así que no hay más remedio que levantarte, ponerte lo primero que encuentres y salir directo al parque. Y en estos paseos es que me he percatado más que nunca de la labor de los wachimanes.


Afuera de cada edificio de departamentos, hay uno. Afuera de cada restaurante, de algunas casas, de cada buffete de abogados, hay un wachimán. Algunos están uniformados elegantemente, sobre todo los de esos edificios nuevos, blancos y minimalistas. Incluso tienen una especie de mostrador de madera. Otros están sentados afuera, en una sillita de plástico, enfundados en una chamarra y con la gorra casi tapándoles los ojos. Algunos están en una especie de cápsula de lo más extraña. Parece una cabina telefónica hecha de madera, con una ventanita. Y desde ahí, miran, observan y cuidan. ¿Qué que cuidan? Pues las pertenencias de los ricos. Miran quien entra y sale del edificio, les abren la puerta, no las rejas de las cocheras porque todas son eléctricas. Dicen : Buenas tardes señorita y la mayoría del tiempo bostezan.

Si, bostezan mucho porque realmente en estos dos barrios no hay mucho que cuidar. Las camionetas de policía pasan cada minuto, y después de ellos pasan los del "serenazgo" en motocicleta. (Los del serenazgo son otros que cuidan el barrio) . Y ya que pasaron los de las motocicletas pasan los de las bicicletas, que también son de seguridad.

Osea que al final del día, los pobres wachimanes se la pasan dando cabeceaditas, o cuando les va bien, se ponen a lavar los coches, y ahí si que se despiertan. Bueno, también cuando paso caminando con Puno, porque ah, como son buenos para piropear esos wachimanes.

Claro, no tanto como los taxistas. El otro día uno de plano se paro y me gritó : Caaaaaaaaaarrrrne para los loboooooooooooooooosssss.


Pero sigamos cons los wachimanes. La verdad es que me dan un poquito de pena. Yo se que es un trabajo honrado, y que con la crisis mundial como está, es muy bueno que tengan un ingreso seguro. Pero me da la sensación de que simplemente ven la vida pasar. Mientras yo voy, paso, salgo, regreso, vuelvo a salir, ellos siguen ahí. Y da igual que llueva, salga el sol, o que la neblina cubra la ciudad. Ellos siempre están ahí. Lunes, martes, miércoles, jueves, viernes, sábado y domingo. Días hábiles y feriados. Mañana, tarde y noche. Los patrones van a Miami y regresan, a Nueva York y regresan, a las playas de Asia y regresan. Y ellos siguen ahí, cabeceando, envueltos en un profundo sopor ...


Pasaré la Navidad y el Año Nuevo en Cuzco. Y quisiera que cuando regresé, no hubiera ningún wachimán viendo la vida pasar. Pero se que cuando vuelva, seguirán ahí, esperándome, con su tan aprendido : Buenas tardes, señorita.

martes, 2 de diciembre de 2008

La tristeza del geográfico nacional


Si. Reconozco que fue mi culpa.

No se puede comenzar el día con este tipo de lectura, pero había un artículo sobre el pueblo rarámuri que parecía muy interesante, por lo que decidí tomar mi desayuno acompañada de esta revista. Error garrafal.

A medida que hojeaba las páginas, me resultaba cada vez más difícil tragar los pedazos de croissant. Después de unos minutos, opté por dejar el plato a un lado, prácticamente intacto. ¿Quién puede comer, sabiendo que el plátano común, de la variedad Cavendish, está sucumbiendo a causa de la enfermedad de Panamá, un mal contra el que no existe cura? o ¿quién puede tomarse su café tranquilamente cuando los orangutanes de la Isla de Borneo están en peligro de extinción , ya que su población ha disminuido mas de 50% en los últimos 50 años? Cerré la revista sin siquiera haberme acercado al artículo que me había interesado en un inicio: Tarahumaras, acorralados por la modernidad.


Añoré los días de la maravillosa ignorancia infantil.

Mi papá tenía una gran colección de revistas National Geographic en su oficina. Yo a veces subía, y en medio del polvo, me sentaba en el piso a mirar las fotografías, ya que los artículos estaban escritos en inglés. Me maravillaban las imágenes de lugares lejanos que algun día me gustaría visitar. Recuerdo una fotografía de una mujer en Rusia (eso fue lo que entendí al ver el pie de foto) La mujer, de edad avanzada, aparecía con una pañoleta en la cabeza y vendía lo que parecían ser unas inmensas paletas de hielo de color blanco. Eran una especie de cubos congelados, cada uno con una palo de madera en el centro. Abajo de la fotografía, también se leía: Milk. Me emocioné. Eso también lo entendía. Debía ser genial poder comprar la leche en forma de hielo.

Seguramente el artículo hablaba de algún temporal terrible que estaba afectando a la Unión Soviética, pero yo, en mi ignorancia, encontraba las fotografías simplemente fascinantes.

Recuerdo también un día que tenía que llevar al colegio un objeto para decorar el regalo del día del padre. A escondidas, me escabullí en la oficina, y recorte una imagen de una familia de leones. A mí me pareció muy linda. Sería una nota sobre la caza furtiva en Africa, o algo asi, pero para mí, simplemente era la fotografía de unos animales hermosos.

A veces no puedo con tanta realidad. Con tanto pesimismo. Necesito seguir teniendo fe en el mundo, en las personas, en los gobiernos. Es sólo que en determinados momentos resulta casi imposible. Y necesito creer, porque sino, voy y me lanzo del acantilado del malecón de Lima. Quiero creer que todavía hay esperanza.

Y a veces la vida te da ese tipo de señales, que te dicen que vale la pena seguir luchando, que no todo está perdido.
No pude leer el artículo de la Sierra Tarahumara, pero me acordé de una anécdota que había olvidado. Cuando vivíamos en Creel, teníamos una camioneta Nissan, viejita. Era de color amarillo y con una linea café, muy retro. Un día decidimos llevar a una amiga que estaba de visita, a Divisadero, un sitio turístico. Regresábamos ya muy entrada la noche, cuando de pronto, en una de las subidas, la camioneta comenzó a echar humo, y simplemente se detuvo.

La carretera estaba desolada. No se escuchaba nada. Después de más de una hora de estar esperando, un coche pasó. En él venía un hombre de unos treinta años. Mi amiga y yo nos fuimos con él al pueblo, para contratar una grúa, y mi chico se quedó, a mitad de la nada, junto a la camioneta. En el coche, íbamos muy nerviosas. Nunca sabes con quien te estás subiendo, y además , el tipo nos podía llevar a dónde quisiera. Prácticamente no hablamos en los cuarenta minutos que nos tomó llegar a Creel. En el camino, pensaba que en cualquier momento nos ibamos a salir de la carretera, el hombre nos violaría y después nos arrojaría por algún barranco. Lo sé, tengo demasiada imaginación. Al llegar al pueblo, como siempre pasa, el dueño de la grúa no estaba, o si estaba pero no quería ir hasta allá, ya no recuerdo.
El hombre que nos había llevado, seguía con nosotros y nos dijo que él tenía uno solución. Nos subimos de nuevo al coche, igual de asustadas. Para nuestra sorpresa, el hombre fue a casa de un familiar a pedir una camioneta, después a casa de otro amigo a pedir una cadena, y nos llevó a dónde estaba mi chico, helado de frío. Remolcó nuestra camioneta todo el camino de regreso. Fue una labor titánica hacerlo en medio de tantas curvas cerradas. Ya entrada la madrugada entramos al pueblo. No sabíamos como agradecerle a este hombre, del que nosotras habíamos pensado tan mal. Quisimos pagarle lo que nos hubiéramos gastado en la grúa, la gasolina.
De ninguna manera quiso aceptarlo. Dijo que nosotros hubiéramos hecho lo mismo por él. De verdad quise creerlo.
Se que los daños de la luz artificial son irreversibles, que los pandas están en peligro de extinción. Pero sólo por hoy, quiero pensar que también hay cosas positivas en el mundo, que hay gente buena, y que hay personas que están trabajando para hacer de este un mundo mejor.

Tal vez es la estupidez del optimista. Que se yo...




lunes, 1 de diciembre de 2008

Made in Mexico


"Perú no es lo mismo que México"
Con esta frase, una persona dio por terminada una especie de discusión en la que yo intentaba encontrar puntos en común entre ambos paises. Después de esto, simplemente agregó : "Y te lo digo yo, que soy limeño", como si esa fuera una razón de peso suficiente. En ese momento me reí de él, pero, si soy sincera, toda esa verborrea nacionalista suscitó en mí una reflexión.
El país en el que nacemos, nos toca por azahar, nosotros no elegimos dónde hacerlo. Sin embargo, siempre nos veremos condicionados por este hecho. Por lo que pensé: a fin de cuentas ¿que significa ser mexicana?
En Madrid tuve oportunidad de conocer compatriotas para los cuales ser mexicano significaba rechazar culquier cosa que no fuera de nuestro país. Si le servían un bocadillo de calamares, comentaban que no sabía igual sin una buena salsita. Al momento de salir por la noche, preferían ir a un bar donde solamente había mexicanos, y donde obviamente escuchaban música pop mexicana. En Londres pasaba igual, incluso vivían en una especie de guetos, donde terminaban relacionándose sólo con mexicanos. Lo que me hacía pensar: ¿ por qué no se quedaron en México? De cualquier manera no se daban la oportunidad de conocer una cultura diferente, y nada, nunca superaría a México, así que ¿para qué cruzar todo un océano, si lo único que quieres es seguir viviéndo de la misma manera que lo hacias allá?
Nací en México. Hay muchas cosas que me gustan de mi país como sus playas, sus montañas, la comida, su diversidad cultural. Pero también hay muchas cosas que no me gustan como la corrupción, la discriminación, la doble moral, el narcotráfico. Y también hay cosas de otros paises que me parecen muy valiosas y otras que encuentro vergonzosas. Y eso no me hace ni más ni menos mexicana, creo yo.
El tema del nacionalismo es algo delicado. En general todos los "ismos". El hecho de seguir determinada doctrina te hace caer en una especie de superioridad que te hace rechazar cualquier cosa que sea diferente. El nacionalismo extremo me da miedo. Te aliena. En lugar de unir, divide. Prefiero pensar en personas, sin pasaporte, sin nacionalidad. Respetarlas por el simple hecho de ser humanos. Independientemente de su creencia política, de su preferencia sexual, de su país de origen, de su religión, de su clase social.
Pero para el común de los mexicanos en el extranjero, o por lo menos para los que he tenido oportunidad de conocer, ser mexicano significa decir que México es mejor en todo, incluso en el futbol. Y escuchar mariachi, y cocinar chilaquiles, y deprimirse por "que lejos estoy del pueblo donde he nacido". Y creo que si puede significar eso, pero también muchas cosas más, porque todas esas personas que hasta bailan el jarabe tapatío, muchas veces no tienen idea de la realidad política del país, no se preocupan por el acontecer nacional, no promueven la literatura mexicana en el extranjero, y reducen el ser mexicano a una imagen de postal, parecida a un simple souvenir para turistas.
Si, cargo con mis salsas y mis chiles. Y no por eso dejo de reconocer que el cebiche peruano es infinitamente superior al mexicano. Si, lo dije, que me linchen los mexicanos de hueso colorado.