miércoles, 19 de noviembre de 2008

La Manzana de la Discordia



Vivo en Lima. Tengo un perro cruzado, "chusco" como le llaman acá.
Tres veces al día lo saco a pasear. Y tres veces al día me topo con la misma escena. Procesiones de chicas uniformadas paseando perros. Mi ropa desentona considerablemente, desde el punto de vista de los automovilistas que me miran, o me hace falta un uniforme, o me hace falta una empleada.
Puno es un perro al que le gusta mucho socializar con otros perros, así que en cuanto ve uno, me jala de la correa. Las primeras veces que intenté conversar con una de estas chicas uniformadas, ellas ni siquiera me miraban, y cuando me respondían, lo hacian muy bajito, sin dejar de llamarme respetuosamente "Señorita". La mayoría de ellas son morenas y de rasgos indígenas, y gracias a las anécdotas de las travesuras de mi perro, he logrado romper el hielo, y hasta algunas carcajadas les he sacado. Lo que más les sorpende es que yo misma limpie mi casa. Les digo que es tan pequeña que no me tardo nada en recoger. Se ríen y se miran entre ellas.
En uno de esos paseos por el Malecón, conocí a dos chicas: Elizabeth y Gaby. Una paseaba un pug y la otra un cocker. Puno y la Bebé (el pug) se entendieron a la perfección, ambos tienen cuatro meses, así que se la pasaron correteándose por los amplios jardines. El cocker ya es mayor, así que se quedó junto a nosotras observando la acción.
Mientras eso ocurría, conversábamos animadamente, de cualquier cosa. Las personas que caminaban a esa hora por el malecón, me miraban de manera rara. Puedo decir incluso que fijaban su vista en mí y en las dos chicas. Después de dos horas, caminamos hacia la salida, y pasó un chico que vendía manzanas cubiertas de caramelo. Se me antojó una, hace años que no comía algo así. La compré, le dí una mordida, la cual por cierto me despostilló el diente de enfrente (no es lo mismo comerlas a los diez años que a los treinta), y acto seguido les invité de la manzana.
Las dos chicas se miraron desconcertadas. Yo les seguí ofreciendo. Una de ellas me dijo tímidamente que no tenían con que partirla. Le dije que la mordiera . ¿De su manzana? me dijo. Pues claro, le respondí. Cerca de nosotros había dos chicas de unos dieciocho años, sentadas en una banca, observando la escena. Elizabeth se animó por fin a tomar la manzana y le dio una gran mordida, Gaby la miró y soltó una carcajada. Después ella también probó la manzana. Las dos jóvenes de la banca, nos miraban extrañadas y cuchicheaban. Nosotras seguimos pasándonos la manzana durante un rato. Puedo decir, sin llegar a equivocarme, que cada una de las personas que pasó por ahí, fijó su mirada en la escena, y su reacción era de entre incredulidad y sorpresa.
Para los limeños, este es un comportamiento poco habitual, o incluso mal visto.
A ellos les gusta diferenciarse en todo momento. Es por eso que se aseguran de que las empleadas lleven uniforme, de que los baños de los cuartos de servicio no tengan agua caliente ni ventanas, de que en los restaurantes exista un menú para las empleadas y otro para ellos, de que no se bañen en el mar durante el día, solamente por la tarde cuando nadie las ve; y eso sin contar la distancia prudencial a la que deben de caminar estas chicas cuando van por la calle junto a ellos : siempre atrás.
Gaby, Elizabeth y yo terminamos nuestra manzana. Después intercambiamos números de celular para salir a pasear a los perros a la misma hora.
Y regresé caminando a mi casa con mi perro "chusco", que para mí es mucho más lindo e inteligente que cualquier perro de raza.

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