viernes, 12 de diciembre de 2008

Abismos de diferencia


Cuando era pequeña, no existían los teléfonos de botones, mucho menos los inalámbricos.

Los números se "discaban" porque el mecanismo de los aparatos estaba constituido por un disco de plástico que daba vueltas, con unos agujeritos dónde metías los dedos y un tope de metal en la parte inferior derecha. Me fascinaba el sonido que este círculo producía. Si discabas el tres, esperabas tik-tik-tik hasta que el disco regresaba. Discabas un seis: tik-tik-tik-tik-tik-tik-tik. Y si discabas el cero era lo mejor: tik-tik-tik-tik-tik-tik-tik-tik-tik-tik, hasta que el disco volvía a su posición original.

Mi abuela fue la más feliz cuando una tía le trajo de Estados Unidos un teléfono con números en unas grandes teclas, ya que sus dedos regordetes nunca cabían en los agujeros del aparato convencional, y se la pasaba llamando a casas de desconocidos. Y obviamente los desconocidos eran los culpables por no pasarle a la persona con quien ella quería hablar. En fin. Todavía no me he convertido en mi abuela, pero estoy segura que voy directo hacia allá, muy a mi pesar, a pasos agigantados.
Hay un adolescente en el parque con el que me encanta conversar. Es idéntico al sobrino de la serie de Sony "Ugly Betty". Siempre está bien fajado, con sus pantalones beige planchados con la raya en medio, con sus suetercitos Tommy Hilfiger de todos los colores. Es muy simpático, y por un breve instante pensé que hablaba tanto conmigo porque yo le gustaba. Error garrafal de percepción. Cuando vi la manera en que se le iluminaron los ojos cuando vio a mi marido, lo comprendí todo. Me encantaría ahorrarle tiempo, dinero y esfuerzo con psicólogas y psiquiatras; y decirle: No hay nada extraño en ti, simplemente eres gay. Pero bueno, supongo que hay cosas que tienes que descubrir por ti mismo.
En días pasado me dio mucho gusto ver que no estaba con su mamá, como siempre, sino con un grupo de amigos. En cuanto me vio, corrió a saludarme. Los otros chicos también se acercaron. Mi perro se asustó al escuchar la música que venía del celular de uno de los adolescentes. Al dueño del teléfono le hizo gracia, y le lanzó el celular al césped, para que Puno, mi perro, fuera por él. Yo corrí tras el teléfono antes de que mi perro lo destrozara. Era un celular de esos súper modernos, con muchísimas funciones. Yo nunca he sido amante de los celulares, pero estaba segura de que ese aparato costaba mucho dinero. Mientras corría, él chico me dijo: No importa, deja que lo muerda. Me paré en seco. No entendía nada. Dejé que Puno tomara el celular con su hocico y comenzara a morderlo. La música seguía saliendo de teléfono. Todos los chicos reían, uno de ellos le quitó el celular a mi perro y lo volvió a lanzar con fuerza. Puno corrió tras el aparato. Yo no podía creer lo que estaba pasando. Viniendo de una familia dónde los controles de la televisión están eternamente envueltos en plástico para que no se arruinaran, dónde se aprovecha hasta la última gota de pasta de dientes y se racionaliza el número de veces que abres el refrigerador; esto de lanzarle un aparato costoso a un perro para que lo rompiera no tenía ningún sentido. Uno de los chicos viendo mi cara de asombro, me dijo: No te preocupes, a él le sobra la plata.
Me quedé observando a mi perro morder las teclas del teléfono, pero algo no estaba bien. Me disculpé diciendo que tenía que ver a alguien en el otro lado del malecón. Le puse la correa a mi perro y me despedí. Cuando me alejaba, el chico que conocía, me preguntó si es que iba a venir mi marido. Le respondí que no, y miré una expresión de decepción dibujada en su rostro.
Le lancé la pelota a Puno mientras observaba el mar. Eli, una empleada, llegó a conversar. Me contó que había tenido que pagar sesenta soles a un veterinario, porque el perro de la casa donde trabaja, se lastimó jugando con otro perro, y la patrona le había dicho que había sido su culpa por no cuidarlo bien. Estaba muy triste porque no podría enviar ese dinero a su hijo, que vive en la sierra.
Sesenta soles son apróximadamente veinte dólares. Para algunos, esa cantidad marca una gran diferencia. Para otros, es lo mismo lanzar veinte, cincuenta, o mil dólares al césped para que un perro los destroce. Así es Lima. Así es Latinoamérica.




1 comentario:

Bere Sindestinofijo.com dijo...

Loree!!

Q risa tus aventuras, y q gusto saber de ti! tratare de seguirte en momentos de ocio en el viaje. Y no culpes al pobre ninio.. tienes un marido muy guapo!!!! ejejeje.
Bss a los dos y ojala nos podamos ver somewhere in the near sometime...
Bss FELIZ NAVIDA! Bere