lunes, 4 de agosto de 2014

I hate yoga


He tenido que reunir mucho coraje para poder escribir esta frase. He dado vueltas en la cama durante días, sin poder conciliar el sueño. Me he quedado mirando los azulejos del baño por largo rato, pero es que no puedo fingir más. Odio el yoga. 

En el mundo actual, decir esto me convierte en un ser horripilante al cual resulta difícil mirar. La gente se siente incómoda ante mi presencia, como cuando digo que no se si quiero tener hijos o que me encanta comerme el cuerito grasoso de las carnitas, esa parte chiclosa que todo el mundo aparta. Si, mírenme bien, soy un monstruo.

Mi tercer intento por practicar esta disciplina ocurrió hace dos semanas. 
Presionada por esta idea de que hay que experimentar cosas nuevas todo el tiempo, esta estigmatización del ocio en donde tienes que hacer algo interesante, divertido y diferente TODOS los días para que la vida valga la pena, decidí inscribirme a una clase de yoga en Central Park. 
¿Qué podría ser mejor que eso? La invitación me llegó por internet y en cinco minutos ya había pagado los diez dólares de cuota de recuperación.
Conforme el día de la clase se acercaba, una angustia se apoderaba de mi. ¿Y si pierdo los diez dólares? Tampoco es tanto dinero. Cometí el error de comentarle a mi marido sobre la clase, y él, con su a veces insoportable actitud optimista, me incentivó a asistir, y no sólo eso, para mostrarme "su apoyo" se fue pedaleando desde Brooklyn mientras yo me iba en metro. ¿Hay algo peor que un marido deportista? 

Llegué al lugar convenido y esperé detrás de un árbol. Un grupo pequeño de chicas empezaron a reunirse. Mi marido llegó, fresco como una lechuga y como no se había cansado, me dijo que daría un par de vueltas a Central Park, mientras yo iba a mi clase. Lo odié al mirar como se alejaba pedaleando felizmente, mientras yo sudaba copiosamente sin siquiera haber comenzado a moverme. Eran las 6 de la tarde y estábamos a 30 grados. Vislumbre un café cercano. Mi plan era refugiarme ahí mientras duraba la clase y mentirle a mi marido cuando regresara de su "feliz" paseo. 
 
De pronto, una amiga japonesa, Chie, llegó al grupo. ¡Una cara conocida! pensé. Corrí a saludarla y me confesó que era la primera vez que lo intentaba y que había estado a punto de desistir. Respiré aliviada. Ese era el tipo de apoyo que necesitaba. Alguien que fuera peor que yo. La maestra se paró frente al grupo. Como era de esperarse era joven, delgada y su cuerpo no tenía un gramo de grasa. Se movía con ese brillo que tienen las personas que disfrutan de una profunda paz interior. Nos sonrió y la clase comenzó. 
 
Ya es lo suficientemente difícil intentar que mi cuerpo se mueva, pero hacerlo siguiendo las instrucciones en inglés, tratando al mismo tiempo de ver a la maestra, era misión imposible. Pero eso no era todo, Chie, mi amiga, resultó ser increíblemente elástica. Odié su alimentación sana y su cuerpo menudo. Era yo sola frente al mundo, o mejor dicho, frente a la clase. 
 
La instructora pasaba de una posición a otra sin ninguna pausa, e incluso, al final de cada secuencia, se atrevía a decir: "Now rest in down dog position". ¿Rest?  ¿Sabe esa mujer el significado de la palabra descansar? Descansar es ver toda la temporada de tu serie favorita de un tirón, mientras comes botana y tomas cerveza. Nada que ver con esta tortura auto impuesta. En esta posición, mire a mi alrededor entre el hueco de mis piernas.  Todas eran mejores que yo y parecía que lo estaban disfrutando. Los músculos tonificados de la instructora me recordaban a todo momento que había sido un error asistir. Pero era muy tarde para escapar. Observé a Chie hacer el arco, a la rusa de la fila de atrás pararse de cabeza, mientras yo parecía un jeroglífico al que daba un poco de pena observar. 

Cerramos los ojos y respiramos. Esa fue la mejor parte. Por fin pude relajarme. Y es verdad, pude sentir cada uno de los músculos de mi cuerpo. Músculos que probablemente no se habían movido hace años. La maestra aplicó una especie de aceite en mis hombros, el cual olía a bosque y a paz. También un poco a Vick Vaporub. 
 
Cuando abrí los ojos era otra. Respiré aliviada. La tortura había terminado. 
 
Tengo amigas que practican yoga. Tengo amigas que son instructoras de yoga, las cuales nunca tratan de convencerte de que practiques yoga. Ellas lo hacen porque las hace felices.Y entonces descubrí que de eso se trata, de hacer las cosas que te hagan feliz, no lo que está de moda.

A mi me gusta caminar. Puedo caminar por la ciudad durante horas, sin cansarme. Puedo pararme en un parque y escribir, también durante horas. Puedo subir a un vagón de metro y leer, también durante horas. Puedo hornear y cocinar todo el día para recibir amigos. Y eso es lo que me relaja, ese es mi nirvana.

Odio el yoga y me gustan las carnitas, so sue me.