domingo, 25 de agosto de 2013

The Broker. Part II. El ataque del perro.

¿En dónde me quedé?

Ah si, que estaba en Nueva York buscando un lugar donde vivir guiada por una mujer que no podía ni siquiera abrir las cerraduras de los departamentos que visitábamos, y no sólo eso, sino que parecía no tener la menor idea de donde se encontraban los edificios. Nos hizo caminar cuadras y cuadras bajo un calor insoportable, para luego venir a darse cuenta de que tenía la dirección equivocada. 

Nos encontrábamos en medio de este peregrinaje cuando sonó el celular de nuestra guía. Ella no contestó. Sin embargo, segundos después recibió un mensaje y nos pidió que la disculpáramos, tenía que llamara a su hijo porque era una emergencia. Me senté en las escaleras de un edificio para descansar mis ampollados pies. La mujer comenzó a gritar mientras hablaba por su teléfono celular. Por lo que pude entender, su hijo había llevado un perro a vivir a su departamento. El hijo había salido y al regresar, se encontró con la sorpresa de que el perro había destrozado el equipo de sonido, una cama y los sillones de la sala. La mujer gritaba desesperada que quería ese perro fuera en ese mismo instante. Yo la miraba asustada, pero sin poder contener mi curiosidad. La mujer caminaba de un lado a otro, y las gotas de sudor le escurrían por el cuello. Entre sollozos, le decía a su hijo que estaba feliz de que estuviera a punto de irse al ejército. La discusión siguió en el mismo tono por unos minutos más. Cuando por fin colgó, pude ver en su semblante que su propio hijo era el personaje que la tenía aterrorizada. Sus ojos mostraban confusión. Parecía haber envejecido un par de años. Se disculpó y me confesó que su hijo de 18 años había llevado un perro pit bull a vivir a su departamento. Asentí con la cabeza. Siguió caminando arrastrando los pies, y casi como si hablará con ella misma, dijo que su hijo necesitaba disciplina. 

Nos miró y nos preguntó si queríamos ir a su oficina a buscar departamentos en la base de datos. Me negué, poniendo como pretexto que ya era tarde y estábamos cansados. Le dije que le llamaría mañana. 

Nos despedimos en una esquina muy transitada y nunca más la volvimos a ver. 

Me pregunto si el hijo se habrá llevado el perro...


domingo, 18 de agosto de 2013

The Broker. Parte I.

Quedamos de vernos en una esquina.
Desde el primer momento que la vi, supe que no estaba pasando por un buen momento.
Parecía el tipo de mujer que sufre violencia intrafamiliar.
Su cabello mal pintado, agarrado en una especie de cola de caballo improvisada. Parecía no haberse pasado un cepillo en meses.
Su blusa de flores estaba llena de las bolitas que aparecen después de que una prenda ha sido lavada demasiadas veces. Sus zapatos negros gastados dejaban ver sus talones agrietados por la resequedad.
Era muy amable, pero detrás de los gruesos cristales de sus anteojos, podrías vislumbrar que había un gran drama en su vida.
Nos dijo que íbamos a ver muchos departamentos de acuerdo al rango de precio que le habíamos indicado en nuestros correos electrónicos.
En ese momento no tenía ni idea de lo que nos esperaba.
En menos de seis horas, pude conocer algunos de los lugares más deprimentes que he visto en mi vida.
La mujer se empeñaba en demostrar que el barrio por el que transitábamos era seguro y totalmente amigable, decía que en este lugar todo el mundo se conocía, por lo que ella saludaba a cualquier persona que pasaba a su lado, obviamente, sin recibir respuesta alguna.
Nos comentó que en ese barrio no llegaban los taxis amarillos, por lo que tenáimos que tomar unos automóviles de color negro, los cuales, si debo ser honesta, no me daban la más mínima confianza.
Al abrir la puerta del apartamento de esta zona, la puerta no podía abrirse del todo ya que golpeaba con la pared. Intentamos escabullirnos al interior, para encontrar un espacio diminutos más parecido a un clóset oscuro que a una vivienda. El baño estaba sucio, la música de los puestos callejeros retumbaba en el lugar y ella decía que era un barrio muy feliz.
Hubo dos departamentos a los que me negué rotundamente a entrar. Afuera de estos había cuatro hombres muy sospechosos tomando cerveza y teníamos que pasar a través de una especie de construcción para poder acceder a la puerta. Le dije que no me imaginaba llegando tarde de clases a ese lugar.
En ese momento, mi ánimo ya se encontraba por los suelos, y el ver a esa pobre mujer, la cual perdía a cada rato su celular en su bolsa de supermercado, me ponía mucho peor. Llegamos a un apartamento, en el cual, según ella, nos íbamos a sentir "como en casa". El apartamento estaba frente a una tienda llamada Mi Barrio. Al cruzar la calle, un hombre en una camioneta negra suburban, con música de banda casi nos atropella. Ella sonrió y nos dijo que así no extrañaríamos México...